martes, 27 de julio de 2010

ENTREVISTA A TOMÁS MUÑOZ


Universal. Desde que salió de Villanueva de Córdoba, su vida ha sido una aventura en la que ha conocido a las voces más importantes.
“Julio Iglesias es el personaje español del siglo XX. Estoy hablando de cultura popular, es el número uno”

Tomás Muñoz, 70 años, ha dedicado su vida a buscar talentos de la canción. Durante sus 46 años de carrera –ha trabajado 12 en Hispavox y 34 en la multinacional Sony de Nueva York, antes CBS– ha descubierto a algunos de los artistas más populares y rentables: Raphael, Julio Iglesias, Karina, Los Pecos, Mari Trini, José Luis Perales, Miguel Bosé, Joaquín Sabina, Rubén Blades, Ricky Martin, Violeta Parra o El Puma. De su mano, todos ellos llegaron a ser grandes estrellas. En octubre, este cordobés recién retirado publicará sus recuerdos bajo el título “Memoria banal”.
MARÍA EUGENIA YAGÜE FOTOGRAFÍA DE CHEMA CONESA


P.Sus colegas le consideran el mayor descubridor de talentos de la música latina.
R.Se lo agradezco, pero me parecería pretencioso por mi parte creerlo. No se descubre lo que no existe. Lo que puede haber es sensibilidad y olfato para ver el talento que un artista lleva dentro. Ningún editor ha descubierto a Borges, ningún marchante es el inventor de Picasso.
P. Usted viene de Villanueva de Córdoba, de familia republicana y de izquierdas, su padre era técnico en minería, estudia Humanidades y Filosofía en un seminario de jesuitas y, sin embargo, acaba inventando a Karina.
R. Me fui a México para trabajar como administrativo en las minas de un tío mío. Y allí, un empresario vasco educado también en los jesuitas, me propuso dirigir una compañía de discos. Y acepté. Se llamaba Gamma y representaba a todas las casas internacionales importantes como Warner o Reprise. El primer artista que llevé fue Paul Anka. Y luego a Gilbert Bécaud, Domenico Modugno, Frankie Avalon… Me iba bien hasta que Hispavox, accionista de Gamma, me dio la posibilidad de volver a Madrid, pero a mí no me gustaba el sistema de trabajo en España. Comidas de tres horas y jornadas larguísimas hasta las diez de la noche. A mí me gusta irme a las seis, tener vida propia. Me hubiera hecho multimillonario, pero elegí la libertad. Cuando en ?967 me ofrecieron fundar la CBS en España, ganaba muchísimo menos dinero, pero era libre.
P. Y nada más llegar descubre a Raphael...
R. Me había llegado de la casa Barclay de Francia, un disco con un chico en la portada que posaba delante de Nôtre Dame. Creí que era un hijo de exiliados y lo escuché con devoción. Me quedé conmocionado. Era la suma de Miguel de Molina, Olga Guillot y esa música francesa que siempre nos ha gustado, Edith Piaff o Gilbert Bécaud. En la oficina les dije que había descubierto una bomba, “es El Cordobés de la canción, se llama Raphael”. Pero ya le conocían, había participado en el Festival de Benidorm y luego se había quedado en nada. “Es el que lleva el café, el office boy en el despacho del maestro Gordillo, en la Cuesta de Santo Domingo”, dijeron. Pero negociaron con Barclay, que nos lo traspasa por 500 dólares, aunque en el primer elepé, Waldo de Los Ríos no supo captar la parte agitanada y el desgarro de Raphael. Hasta que recuperamos su contacto con Manuel Alejandro y organizamos un recital en el teatro de la Zarzuela. Allí cantó y la gente deliraba. Era la primera vez que un artista actuaba en España solo en un escenario. Cantó lo mismo en Eurovisión y quedó en tercer lugar, pero daba igual, resultó una revelación internacional. Y marcó el primer récord de venta de discos en España, 300.000 copias en una sola semana, lo nunca visto.
P. Y usted le abre también las puertas de América Latina.
R. El 4 de abril de 1967 lo presento en un local de México, El Patio, donde había visto actuar a Judy Garland y Edith Piaff. Raphael empieza a actuar y consigue que El Patio se venga abajo. Ningún español después de Manolete había suscitado una pasión popular como la que levantó Raphael allí. Al camerino venían cada noche María Félix, Cantinflas, los hijos del presidente de la república… Raphael se hizo el mayor ídolo de la música en toda América Latina. Y en Chile, una de sus canciones se convirtió en un crack, pero él no sabía por qué.
P. ¿Cuál era el secreto de ese éxito?
R. La letra decía, “siempre estás diciendo que te vas, y no te vas, y no te vas...”, aparentemente se trataba de una disputa amorosa, pero no, estaba dedicada a Pinochet. En Chile se vendieron miles de copias, y el dictador sin enterarse del mensaje.
P. ¿Era más cantante o artista?
R. Para mí, el atractivo y el éxito de Raphael, o de Julio Iglesias, o de Sabina, de cualquier artista, está en su personalidad, no en el cantar y ni siquiera en la música. La clave es que comunique, que seduzca, que sus letras digan algo. Yo nunca he escuchado discos de Raphael, ni de Julio Iglesias o Lola Flores, que me parecía un personaje inmenso. En mi casa o en el coche, sólo escucho música de Bach y ahora estoy redescubriendo a Mozart. Los cantantes me atraen por su personalidad, no por la música. Siempre he
creído que un mensaje con dignidad a la gente le llega.
P. Nadie además de usted daba un duro por Julio Iglesias.
R. Cuando me incorporo a la oficina de Madrid en 1968 me dijeron que tenían un chico que andaba con muletas y se me hizo raro un cantante así. Le dieron la libertad y se lo llevó Columbia. Y aquel muchacho tiró un día las muletas y se hizo amigo del presidente Sadam de Egipto. A Menem le daba consejos de economía, “Carlitos, tú tienes que hacer esto y lo otro”, logra la simpatía de un personaje tan difícil como Sinatra. Collor, el presidente de Brasil, lo recibe con la banda tocando Hey. Ha tenido la admiración de Bush padre, la amistad de Bill Clinton. Julio tenía un don para los grandes personajes: en Uzbekistán le esperaba el presidente al pie del avión. Julio Iglesias es el personaje español del siglo XX.
P. ¿No exagera?
R. Ya sé, ya sé que parece una blasfemia no hay que confundir popularidad mundial con el valor cultural. Claro que Picasso y García Lorca son los dos grandes valores culturales del siglo XX español. Estoy hablando de cultura popular, y en ese sentido Julio ha sido el número uno.
P. Dicen que no ha sido un buen padre.
R. Es no conocerle. Lo dirá él por pura humildad. Julio tiene contradicciones, es imperfecto, gracias a Dios, pero es una persona sumamente generosa. Y a sus hijos los adoraba. Mientras él cantaba los cuidaban su madre y una tata, pero siempre estaba pendiente de ellos. Recuerdo que recién separado de Isabel Preysler, vino a Madrid y se trajo a los niños a su habitación del hotel Eurobuilding. Dormían los cuatro en la misma cama, para tenerlos cerca. Y se los llevó a ver a los Reyes al Palacio de la Zarzuela, que le recibían, encantados de ver el nombre de Julio Iglesias en cada país que visitaban por el mundo. Don Juan Carlos y la Reina les besaron y les dijeron que fueran a bañarse a la piscina con sus hijos cuando quisieran. Me impactó su amabilidad.
P. ¿Aquellas letras de entonces reflejaban de verdad su desastre matrimonial?
R. Estaba muy enamorado de Isabel Preysler, nunca se hubiera separado de ella. Y con el tiempo, Isabel ha demostrado que es una mujer muy sólida, de inteligencia superior al haber sobrevivido al personaje de Julio. Hoy, Miranda es la mujer de su vida, una chica fantástica que le entiende como nadie.
P. ¿Y cómo es que usted no llevó la carrera de Enrique?
R. No me va, yo creo mucho en las virtudes morales, hay que ser fiel a quien te dio la vida y te pagó el colegio. No me gustó su velocidad ni sus pretensiones.
P. Pero hay sitio para dos Iglesias en la
música.
R. Enrique quería ocupar el puesto de su padre. Además, creo en la originalidad y en la fuerza propia, no me gustan los trucos.
P. ¿Cómo llegó Julio tan arriba?
R. Él estaba en el hospital paralizado por aquel accidente de coche y veía morir a los viejos y llorar a los niños recién nacidos, pero la vida seguía . Y así, con una guitarra, compuso allí mismo La vida sigue igual, más tarde la cantó en Benidorm y así empezó. Luego yo lo lancé en España con Hey, que es cuando se hace grande.
P. El que se le escapó de verdad fue Alejandro Sanz.
R. Muy a pesar mío. Fui el primero que le escuchó, me acerqué a Sanlúcar a conocerle y vi que tenía esa sonrisa franca y limpia, la del medio millón de dólares, que en Estados Unidos significa que llegaría donde quisiera. Y se lo dije. Yo apostaba por él, pero la compañía no estaba por la labor. Y luego ya ve usted…
P. ¿Cuál fue su descubrimiento sorpresa?
R. Muchos, porque como le decía, me han movido las emociones, el carisma de los personajes. Un día escuché a la puerta de El Corte Inglés a un tipo que cantaba de rodillas la historia de El Jaro, un ladrón de coches que le pegaban dos tiros. Me quedé fascinado y poco después ya estaba en el despacho firmando un contrato. Pero nos dijo que la letra no era suya, que la cantaba en un bar de la calle Vallehermoso un tal Joaquín Sabina. Fuimos aquella misma noche a escucharle. Luego vino todo lo demás.
P. ¿Y ahora tira usted la toalla?
R. Ni mucho menos. Acabo de crear mi propia compañía, pequeña, modesta, TMMM, es la que editará mis memorias, también podría producir musicales y hacer discos. Raphael ya quiere que nos pongamos a trabajar. Pero no sé lo que haré…
P. Alguna vez ha dado la impresión de que usted y Emilio Stefan, tan ligado a la que ha sido su compañía, no tienen tan buenas relaciones.
R. Me siento orgulloso de la antipatía que ha manifestado hacia mí. Yo respeto a los street boys como él, pero no pueden imponernos su dictadura a los que practicamos la libertad cultural. Se sienten humillados por la cultura y lo llevan mal.
Viajero, romántico y esteta


Tomás Muñoz, que compensa su soltería con amigos sinceros, tiene casas en Nueva York, la ciudad que no dejará nunca; otra frente al mar de Río de Janeiro, donde trabajó unos años, y un piso en Miami, capital de la música latina, pero vuelve a la “suite” de un hotel de Madrid cada año, para ver a su familia. Y desde España salta a Europa, donde recuerda a su amigo Julio Cerón, paladín irreductible del inconformismo y la libertad. O visita las tumbas de personajes que ha admirado siempre. Cayó de rodillas ante la de Borges en Ginebra, lloró en Colliure recordando versos de Machado. Quiso leer el epitafio de Kazantzakis en Creta y anda planeando ya visitar la de Kavafis en Alejandría. Y es que a este descubridor de talentos de la música ligera, que también cerraba los ojos a los muertos junto a Teresa de Calcuta, le interesan más los textos que las melodías. Admira más al hombre que al cantante. Y considera que la estética es sinónimo de principios morales.
Fuente:http://www.elmundo.es

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